DISOLVER PARA TRANSFORMAR

Somos aprendices del alma

Jorge Carvajal

En cada etapa de nuestra vida, se nos presentan retos que nos permiten evolucionar, aprender, adquirir cualidades y acercarnos un poco más a ese ser luminoso que somos en esencia.

A veces pareciera que esos retos son montañas muy altas, muros insalvables o abismos que no podemos cruzar. En ocasiones nos vemos envueltos en arenas movedizas emocionales que nos atrapan, y entre más intentamos salir, más nos hundimos.

Es entonces cuando es bueno ponerle nombre a lo que sentimos, y de esta manera entablar un diálogo consciente con la tristeza, la rabia, los celos, la frustración, la nostalgia, la desesperanza, la apatía, el miedo, la ansiedad, la envidia, la culpa, y todas las actitudes que son como “pequeños nudos” que surgen de ellas y nos enredan la vida.

Como dice Jung “Aquello a lo que te resistes, persiste”, especialmente las emociones, que se auto-alimentan y crecen como un monstruo en el momento en que elegimos pelear contra ellas, o cuando hacemos de cuenta que no existen y empiezan a crecer dentro hasta que nos invaden completamente y se apoderan de nuestra vida constituyéndose en obstáculos insalvables que nos hunden y nos quitan la fuerza para continuar.

¿Cómo gestionar inteligentemente lo difícil de la vida?

Yo creo que un primer paso es darnos cuenta cómo miramos lo que nos sucede. 

Podemos sentirnos víctimas del mundo, de las personas, de las circunstancias, o podemos comprender que están ahí para ser nuestros maestros y darnos la oportunidad de aprender algo. Cuando ampliamos la “perspectiva” desde la cual miramos, cuando añadimos la mirada espiritual llena de consciencia, es como empezar a poner luz en una habitación muy oscura donde tenemos miedo de entrar.

Luego necesitamos empezar a observar desde diferentes ángulos, entendiendo por ejemplo, que las emociones son la expresión de los pensamientos y las creencias y que si actuamos sobre éstos últimos, podemos cambiar el resultado expresado en sensaciones en nuestro cuerpo.

Reconocer que estoy triste, enojada/o, celosa/o o que me siento culpable por algo, es mirar de frente a esas emociones y decir sí, esa mujer /hombre vulnerable y humana/o, también soy yo, y desde ese lugar, bucear dentro de mí para descubrir el origen de eso que está en la superficie, y que puede provenir del inconsciente personal o del inconsciente familiar, de esas sombras que requieren nuestra atención a la luz de la consciencia.

Hasta que lo insconsciente no se haga consciente,

el subconsciente seguirá dirigiendo tu vida y tú le llamarás destino».

Carl Jung

Cuando ponemos la atención sobre lo que nos molesta y observamos su expresión en el cuerpo, es como si abriéramos un túnel al inconsciente que permite que se exprese, y nos permitimos ver, escuchar, poner en palabras aquello que ha quedado guardado por doloroso o porque no teníamos herramientas para gestionarlo, especialmente si sucedió en una etapa temprana de nuestra vida. 

La gestión apropiada de nuestras emociones es como un bálsamo que cura las heridas y disuelve los obstáculos para esa conexión profunda con el ser que se convierte en paz interior, realización y la certeza de que estamos en un movimiento impulsados por nuestra alma. 

Si tomamos un kilo de sal y lo disolvemos en un vaso con agua, nos quedará difícil tomarlo. Por el contrario, si disolvemos una cucharada con la suficiente agua y añadimos más ingredientes nos parecerá que la sal completa el alimento y la vida. Las emociones son similares, un poco, gestionado de la manera adecuada, nos completa la vida, nos da fuerza para movernos. Si dejamos que crezcan demasiado o lleguen de repente sin que sepamos cómo gestionarlas, podemos sentir que la vida es “salada”, «tóxica» difícil de asimilar.

Expresar la tristeza, llorar, dejar salir lo que nos sucede, es como disolver la sal en agua, la hacemos más llevadera. Manifestar nuestro enojo ante una situación o una persona, es como abrir una válvula por donde sale el humo y la presión baja. Tener la oportunidad de hablar de nuestras emociones con otras personas y también escucharlas, es el escenario donde nos podemos dar cuenta, que más allá de los sucesos de nuestra vida, de los roles que representamos o de nuestros sentimientos hay algo que permanece, y eso, es el alma, donde todos nos parecemos, donde somos uno.

¿Qué pasa si aparece un «Iceberg emocional» en nuestro camino?

Siempre tenemos varias opciones:

🛑 No hacerle caso  ➡️ nos estrellamos y nos hundimos.

🛑 Lo esquivamos, cambiamos de rumbo ➡️ nos encontramos más adelante otros Icebergs, cada vez más grandes ➡️ nos hundimos.

 ✅ Enfrentamos el reto con inteligencia:

💠 Observamos

💠 Reconocemos

💠 Transformamos

💠 Re-escribimos la historia

Cada obstáculo superado en el «camino del aprendiz» es un talento que se queda con nosotros, es un poco de trabajo de “pico y pala” interior que va revelando la luz  y nos permite tener más contacto con el alma (la que tiene el plan completo y sabe a dónde nos tenemos que dirigir y cuales son las lecciones pendientes).

El resultado no es la felicidad momentánea, la del ego, es la realización que proviene de conectar con el verdadero Ser que somos, con el amor incondicional que proviene de algo mucho más grande que nosotros, sin importar el nombre que queramos darle.

Hacer el trabajo espiritual que nos corresponde en esta vida, en este lugar, en este sistema familiar al que pertenecemos, es tener la oportunidad de re-escribir nuestra historia hasta el momento con la mirada de la consciencia y del amor, y empezar un nuevo capítulo donde quien nos guíe, sea el alma. 

Que así sea, y nos acompañemos en el camino.

Marcela Salazar

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